Capítulo 1: El Piso
Mi nombre es Álex, tengo 38 años y
ahora mismo mi casa es una celda en la cárcel. Todo comenzó hace un
año y medio cuando mi prometida Virginia y yo salíamos de la boda
de unos amigos y comenzábamos a preparar la nuestra. El presupuesto
no nos daba para una gran boda, y eso a Virginia no le gustaba. Mi
Virginia, 35 años, preciosa, la mujer más guapa que he visto en
toda mi vida. En la boda un amigo del novio, Antonio, me recomendó
que comprase un piso en una nueva promoción que estaban haciendo en
la costa. Virginia y yo fuimos a ver el piso y la verdad es que nos
enamoró desde el primer momento por lo que decidimos lanzarnos y
comprarlo. Para poder dar la señal necesitamos dinero, y para ello
Virginia se lo pidió a sus padres, que encantados nos dejaron unos
30.000 €, que sumado a los nuestro, dimos una señal de 50.000 €.
El día de la firma de la señal nos
dijeron que el piso estaría listo cuatro meses después, justo
después de nuestra boda. Los días iban pasando, los meses iban
pasando hasta que diez días antes de nuestra boda nos dijeron que
los pisos no estarían listos para la fecha estipulada. Virginia y yo
fuimos con sus padres para enseñarles el piso piloto, pero no había
nadie y los pisos estaban igual. Entramos dentro y nos encontramos
con un hombre, Gustavo, que también les había comprado un piso.
Gustavo nos dio la noticia de que las obras se habían paralizado
porque los terrenos no eran legales. Esa noticia nos dio como un gran
mazazo en la cabeza. Por ello, fuimos a pedir explicaciones a los
dueños de la constructora, pero nadie nos quería decir nada. Un mes
después, recibimos una llamada de la constructora para decirnos que
nos iban a dar una casa similar en otra zona.
Capítulo 2: El primer pacto
Fuimos a ver el piso, en el centro de
la ciudad. El piso no era, ni de lejos, igual de grande que el otro.
Medía casi 30 metros cuadrados menos que el otro, y no tenía ni la
terraza de 5 metros cuadrados del otro piso. Muchos de los afectados
aceptaron en pacto y se quedaron con la casa, pero yo decidí hacer
caso a Gustavo y a otros pocos afectados para comenzar una batalla
legal para conseguir lo que es nuestro: un piso de características
similares. Momentáneamente, Viriginia y yo estábamos viviendo en
casa de sus padres y la cosa se iba poniendo más complicada a medida
que pasaban los meses. Virginia estaba mal, sobre todo por la
cancelación de la boda, ya que nos queríamos casar cuando todo esto
ya hubiese pasado. Los afectados que nos unimos decidimos poner una
demanda a la constructora.
Los padres de Virginia me advirtieron
de que no podiamos seguir de gorra en la casa. Yo intenté
tranquilizarles diciéndoles que en un mes todo habría acabado, que
era cuando nos dieron la fecha para el juicio. Ese día fuimos con
muchas esperanzas hasta que nos encontramos con que la constructora
había cambiado de emplazamiento y no había juicio. Los padres de
Virginia se fueron muy enfadados. Virginia ya no tenía fuerzas para
seguir luchando por lo que quedamos con un agente de la constructora
para aceptar la oferta del otro piso. Cuando llegamos al piso piloto
descubrimos que esa oferta ya no estaba vigente, que sólamente nos
iban a dar 3.200 €. Los dos no aceptamos la oferta, pero ya cada
vez eramos menos los que estábamos luchando por recuperar nuestra
casa.
Capítulo 3: Problemas
Los padres de Virginia me pidieron
amablemente que me fuera de la casa. Virginia se vino conmigo a un
hotel. Los dos intentábamos resistir allí el tiempo que pudiésemos
para poder recuperar nuestra casa. Gustavo y yo eramos los únicos
que seguíamos peleando. Teneíamos una entrevista con el secretario
general de la constructora. Allí nos ofrecieron 10.000 € a cada
uno. Gustavo los aceptó para dejar de luchar, yo lo rechacé. Esa
misma noche, regresé al hotel y me di cuenta de que nos habían
echado por no pagar y que Virginia no estaba. Me puse a buscarla pero
no la encontraba, así que decidí ir a casa de sus padres para ver
si se encontraba allí. Yo esperaba fuera hasta que ella salió. Fue
ella la que me comunicó que me habían despedido del trabajo por
haber faltado tanto.
Virginia me dijo que ya estaba harta
de luchar, que no podía seguir así que lo mejor era que cada uno
siguiese su camino. No me podía creer que ese fuese a ser nuestro
final. Le prometí en ese momento que iba a recuperar todo el dinero
que habíamos invertido en el piso. Me dirigí a la casa en la que
vivía el dueño de la constructora. Le esperé a que sacase a su
perro y cuando menos lo esperó, le golpeé en la espalda y le metí
dentro de la furgoneta. Le llevé a la zona donde iba a estar mi
casa, a la zona de arriba. Él me reconoció al instante, sabía que
iba a realizar cualquier cosa con tal de recuperar mi casa. A la
mañana siguiente, llegaron las excavadoras para derrumbarlo, pero yo
les advertí que no me iba a mover de aquel lugar, que era mi casa.
Aquellos obreros, llamaron a la policía.
Capítulo 4: Promesa cumplida
La policía llegó e intentó
separarme de él pero yo les dije que ese hombre me había arruinado
la vida. Él intentaba salvarse y me ofreció dinero. Yo le pedió
los 50.000 € que habíamos invertido Virginia y yo en el piso. Él
me dio un cheque. En ese momento, apareció Virginia para ver qué
estaba ocurriendo. La policía me detuvo y me metió en un coche
policial. Virginia pidió a la policía acompañarme hasta la
comisaría. Allí fue cuando yo le entregué el cheque, ya que era su
dinero. Y así fue como mi promesa se cumplió, le devolví todo el
dinero a Virginia y a sus padres. Me queda poco tiempo de estar en la
cárcel, pero sé que cuando salga no voy a tener nada. Lo he perdido
todo, y jamás voy a poder recuperarlo.
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